En el viaje de regreso me topé con la primera muestra de primermundismo lacerante. En el aeropuerto de Panamá un niño español le pregunta a su padre, bien trajeado y acompañado de la madre y la hija:
- ¿Cuándo nos vamos?.
A lo que el progenitor responde:
- En unos diez minutos sale el avión.
Entonces el chavalín, de unos 7 u 8 años dice:
- Tengo ganas de jugar con el ordenador.
- No, hoy no jugarás con el ordenador porque vamos en clase turista.
- ¿Y por qué vamos en clase turista?.
- Porque... (dudas) porque esta vez no me lo pagan.
- Odio a los turistas. ¡Los turistas son unos idiotas!, dice el niño chillando.
Después en el avión de Panamá a Madrid me tocó sentarme junto a un polaco que revisaba obsesivamente en su cámara las fotos en la playa de una amiga y probable ligue. Cuando nos quedamos dormidos, de repente, se acurrucó en mi hombro e hizo un gesto indiciario de un posible besuqueo. Me aparté y abrió los ojos sobresaltado y avergonzado. Ya no me dirigió más la palabra en todo el trayecto.
- ¿Cuándo nos vamos?.
A lo que el progenitor responde:
- En unos diez minutos sale el avión.
Entonces el chavalín, de unos 7 u 8 años dice:
- Tengo ganas de jugar con el ordenador.
- No, hoy no jugarás con el ordenador porque vamos en clase turista.
- ¿Y por qué vamos en clase turista?.
- Porque... (dudas) porque esta vez no me lo pagan.
- Odio a los turistas. ¡Los turistas son unos idiotas!, dice el niño chillando.
Después en el avión de Panamá a Madrid me tocó sentarme junto a un polaco que revisaba obsesivamente en su cámara las fotos en la playa de una amiga y probable ligue. Cuando nos quedamos dormidos, de repente, se acurrucó en mi hombro e hizo un gesto indiciario de un posible besuqueo. Me aparté y abrió los ojos sobresaltado y avergonzado. Ya no me dirigió más la palabra en todo el trayecto.
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