Agua y aceite

Las leyes de la física son inexorables. Eso lo digo yo, que soy de letras. En cualquier caso, el pasado fin de semana fue intenso en muchos sentidos, pero me sirvió para comprender que llevo más de un mes haciendo el idiota. No se puede mezclar agua y aceite. Así de sencillo, así de complicado.

Al principio, creí que podía conseguirlo. Luego, falsas señales llegadas del cielo y del infierno me hicieron creer hasta que era posible conseguirlo, incluso que estaba cerca, pero no. Me empecé a desesperar, me cabreé con el agua, me cabreé con el aceite, me llegué a obsesionar por algo que no tenía sentido. Para nada.

Por fin, el sábado, hechos no demostrables empíricamente por mí, pero que sé que están ahí, me hicieron comprender que mi objetivo era imposible. Así que he decidido dejar que el agua y el aceite estén uno al lado del otro, o uno encima del otro u otro debajo del uno, me da igual, que se lo pasen bien así, aunque no se mezclen.
Y ahora estoy más feliz que una perdiz. Si es que ya lo decía Homer Simpson: “Intentarlo es el primer paso hacia el fracaso”.