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viernes, 10 de noviembre de 2006

El asesinato de Vicente Cañas queda impune

Una sencilla piedra sacada del lecho del río marca el lugar donde está enterrado. Grabado en ella se puede leer: Kiwxí, el nombre intraducible con el que los indios le llamaban. Ellos, los Enawenê Nawê -los que poseen el espíritu- no han vuelto a ir por allí. Se limitaron a enterrarle, con sus collares, con su machete y envuelto en su propia red, a dos metros de la cabaña donde fue asesinado. Su espíritu vaga ahora libre por el río Juruena...

El 5 de abril de 1987 fue la última vez que alguien oyó su voz a través de la radio. El jesuita español Vicente Cañas, 48 años, hablaba desde esa cabaña, situada a la orilla de ese afluente amazónico -en el estado brasileño de Mato Grosso- de su intención de llegar hasta su casa en la aldea de los Enawené Nawé, a dos días de camino.

Éstos le esperaban con sus flautas preparadas para el ritual de Jankwá o Banquete de los espíritus, que coincidía con la época de pesca y en el que Vicente siempre era el participante de honor. Pero el misionero no llegó nunca. Río arriba, los indios esperaron y esperaron. Río abajo, en Cuiaba, sus compañeros de misión se sorprendieron también del largo silencio. Un mes más tarde jesuitas e indios decidieron organizar una expedición en su busca.

Le encontraron en aquella cabaña donde el misionero se aislaba para leer, escuchar música gregoriana o escribir poemas. Estaba tendido en el suelo, con la cabeza inclinada hacia la izquierda y desnudo. Su reloj se había parado a las 9.30 de la mañana del 8 de abril. Kiwsí había sido asesinado y todos los que le enterraron sabían por qué y por quién.

Vicente nació el año que acabó la Guerra Civil española en el pueblo albaceteño de Alborea. Antes de tomar los hábitos fue camarero y dicen que se planteó seriamente ser torero. Incluso tenía decidido su nombre artístico: Vicente Cañas, Cañitas. En 1966 llegó a Brasil ya ordenado y con el tiempo contactó con el obispo español de Sâo Félix de Araguaia, Pedro Casaldáliga, que le abrió las puertas del nuevo Evangelio predicado por la Teología de la Liberación.

En 1974 encontró al pueblo que marcó su vida y su futuro, los Enawenê Nawê, los benedictinos de la Amazonia, como los llegó a llamar, con los que se fue a vivir años más tarde. Para ello se despojó de su ropa occidental, asumió los collares y brazaletes de su nueva tribu y vivió casi desnudo el resto de su vida. "Será difícil encontrar entre los antropólogos y misioneros de todos los tiempos alguien que haya pretendido vivir con más radicalidad la inculturación en un pueblo indígena...", dijo de él el obispo Casaldáliga.Pero esa misma cercanía supuso su condena a muerte. En una historia ya muchas veces contada, resulta que las tierras en las que estos indios han vivido inmemorialmente, son vecinas a las de una gran hacienda llamada Londrina, cuyo dueño, Pedro Chiquetti, se enemistó muy pronto con el misionero. La razón: cuando Cañas llegó el número de individuos de la tribu no llegaba al centenar mientras que una década más tarde se había duplicado.

Y en sus deseos expansionistas de quedarse con las tierras para plantar soja y hacer pastos para ganado, tras exterminar a los molestos moradores, ésa no era una buena noticia. El español fue el primero en conseguir que el Gobierno brasileño demarcase la tierra de estos indios y se comprometiese a protegerlos. "Las amenazas se sucedieron y Vicente pasó los últimos años de su vida sin salir de la aldea por miedo a que lo matasen. Incluso comentó a los otros jesuitas que algún día aparecería muerto", recuerda José Luis López Terol, coautor del libro 'Kiwxí, tras las huellas de Vicente Cañas'.

Una vez confirmado el asesinato, la Compañía de Jesús y organizaciones como Amnistía Internacional y Survival se encargaron de impulsar una investigación y acorralar a los culpables para que ese crimen no quedase en el olvido. Éstos eran los terratenientes Pedro Chiquetti, Camilo Carlos Obici y Antonio Mascareñas Junqueira, el ex delegado de la Policía Civil Antonio Osmar y los pistoleros contratados José Vicente da Silva y Martínez Abadio da Silva.

En un hecho sin precedentes en Brasil, y tras 19 años de un proceso judicial lleno de irregularidades y corruptelas -intentaron, incluso, robar su cráneo custodiado como prueba en una parroquia de Cuiaba-, por fin el pasado mes de octubre comenzó el juicio contra sus presuntos asesinos. Aunque, al final, sólo se hayan podido sentar en el banquillo dos de ellos -Osmar y José Vicente da Silva- porque los otros han fallecido o tienen más de 80 años, límite de edad que establece la Ley brasileña para juzgar a alguien.

"Lo importante es que este crimen no se quede impune porque sirve de ejemplo para otros muchos en los que ni siquiera se identificó a los culpables. El hecho de que casi 20 años después se celebre este juicio significa un antes y un después en la lucha de los indios por su supervivencia", afirma Ana Martín, portavoz de Survival en España.

Mientras tanto, los Enawenê Nawê luchan por su supervivencia en medio de la presión de los terratenientes. Su Río Preto está contaminado por los pesticidas usados para proteger las plantaciones de soja y la pesca -estos indios no comen carne- se agota. Y, es que, como dijo en la primera jornada del juicio uno de los jefes de la tribu: "Hace mucho tiempo, ésta era nuestra tierra. Ahora todo se ha acabado...".

Ayer en la prensa pudimos leer cómo su muerte ha quedado impune.

Información directamente copiada de Grupo Franciscano

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que vergüenza

Atomo Sato dijo...

Por desgracia es la historia de cada dia, eso no le quita gravedad al asunto, por supuesto... Pero hay gente que deberia probar de su propia medicina.

Anónimo dijo...

Muchisimas gracias por ese recuerdo a Vicente Cañas. Un buén hombre sin duda. Asesinado por amar a los humildes.
Cuando hace poco se conmemora el dia de....bueno el 12 de Octubre....muchos sudamericanos reniegan de España por lo de la leyenda negra y eso...
¿Y ahora?
Quién es el culpable de las enormes injusticias en américa latina? Como pueden vivir los ricos tan convencidos de que son divinos y los demás están debajo porque quieren.
Hace tiempo que no son los españoles los culpables de sus males.
Y el de Albacete murió por defender a los auténticos prpietarios de la tierra.

Anónimo dijo...

Una historia muy interesante y que desconocía completamente. Quién no ha soñado alguna vez con atarse el taparrabos e irse a cazar con una cerbatana?

Lo que yo considero un gran personaje (en el buen sentido claro, no como paco porras o el pozí)

amaroza