Después de cosas como ésta me va a tocar creer en algo, porque no pueden existir tantas casualidades.
Resulta que hemos ido hoy por enésima menos una vez a la capital. Concretamente a la Aurora, a recoger a otra joven cooperante que tomará el relevo en Atitlán para los próximos tres meses. Voy a saltarme los detalles de la espera de más de 3 horas hasta que la hemos visto aparecer (el vuelo por el mal clima se tuvo que desviar por un rato a El Salvador), y del monumental atasco para salir de Ciudad de Guatemala sumado al corte de la carretera por la que teníamos que volver debido a un accidente. Me salto todo eso que nos ha hecho llegar a casa 6 horas después del horario previsto. Ala, saltado.
Lo más importante del día de hoy, y mira que pasan cosas importantes a lo largo del día, ha sido conocer personalmente al protagonista de uno de mis libros favoritos: El Silencio del Gallo, del que ya escribí en su momento. Esto de hablar con un personaje real pero imaginado durante algún tiempo se hace raro. Cuando leí estas aventuras de un joven misionero gallego que llega a Guatemala con la tarea de evangelizar, pero que pronto cambia de rumbo al conocer la realidad política y social que oprimía a las comunidades mayas, sufrí y sentí alegría (más bien lo primero) como pocas veces me ha pasado con una lectura. Y, claro, no se trataba de ficción. Era su propio relato (gracias al trabajo de su sobrino Carlos Fuentes, autor de la obra) de la experiencia de años viviendo con y para los mas humildes y menos respetados (miren aquí lo que se llegó a conseguir), salpicado todo por los más de 30 años de violencia en el país. La ONU le puso nombre: genocidio, y él lo cuenta de primera mano.
Lo más importante del día de hoy, y mira que pasan cosas importantes a lo largo del día, ha sido conocer personalmente al protagonista de uno de mis libros favoritos: El Silencio del Gallo, del que ya escribí en su momento. Esto de hablar con un personaje real pero imaginado durante algún tiempo se hace raro. Cuando leí estas aventuras de un joven misionero gallego que llega a Guatemala con la tarea de evangelizar, pero que pronto cambia de rumbo al conocer la realidad política y social que oprimía a las comunidades mayas, sufrí y sentí alegría (más bien lo primero) como pocas veces me ha pasado con una lectura. Y, claro, no se trataba de ficción. Era su propio relato (gracias al trabajo de su sobrino Carlos Fuentes, autor de la obra) de la experiencia de años viviendo con y para los mas humildes y menos respetados (miren aquí lo que se llegó a conseguir), salpicado todo por los más de 30 años de violencia en el país. La ONU le puso nombre: genocidio, y él lo cuenta de primera mano.
Lo había estado viendo pasear de un lado para otro durante un buen rato y al final me he atrevido a abordarle. Creo que le ha extrañado eso de que le conociera por las fotos que aparecían en el libro. Como al final la espera ha sido larga, ha habido tiempo para charlar sobre aviones, organizaciones, aeropuertos a medio construir... También le he contado que El Silencio del Gallo se lo he dejado durante este verano al cura de mi instituto. Se ha echado a reír.
4 comentarios:
Conocer a gente así siempre es la pera. Pero cuando, como dices tú, han sido gente imaginada durante años, la sensación es muy especial.
No han sido años, pero si un tiempo en el que he tenido muy presente esa historia. Es un tipo al que realmente admiro, aunque me da miedo decir esto de alguien vivo. ;-)
Según la teoria del "Efecto mariposa" las casualidades no existen. Me alegro de que hayas podido "coincidir" con este "misionero", de gran misión, en la propia Guatemala. Gracias a tí y a tu relato puedo sentirme parte de esa experiencia. Gracias Alfonso.
Gracias Marta, un abrazo.
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