Nablús es una ciudad preciosa. El día que Palestina sea libre o el día en que esté enterrada bajo las baldosas de un gran parque temático judío y las masas de turistas puedan visitarla, será considerada como se merece. Ha sido tradicionalmente el motor económico de Palestina, hasta que el cerco de 2000 a 2008 la asfixió. Durante esos años, en una de las incursiones israelíes más feroces, los helicópteros sobrevolaron el centro, disparando a todo aquel que saliera de las casas, a la vez que los bulldozer se aproximaban a una zona, el casco antiguo, con calles cada vez más estrechas. Los bulldozer tenían que avanzar y las angostas callejuelas árabes se lo impedían. La decisión fue pasar por encima de una casa. Derribarla. Dentro, una familia al completo también tomó su decisión. No salir, para no ser ametrallados. Murieron diez personas. Hoy hay una placa que lo rememora.
Hasta aquí llegan mis notas. No recuerdo por qué sobre los campos de refugiados de Nablús no escribí nada, aunque lo sospecho. Visitamos el de Askar, muy cerca del cual vivíamos, y el de Balata. También está Askar II, fuera de la jurisdicción de la UNRWA, sin escuelas ni atención sanitaria.
A simple vista en los campos de refugiados son observables unas condiciones de vida mucho peores que en las ciudades. No hay recogida de basura y las calles tienen el ancho justo para poder circular andando. La gente pasa gran parte de sus días en ellas, por el elevado desempleo y el escaso espacio de las viviendas, en las que llegan a vivir 70 personas sobre el mismo área que la ONU concedió a cada familia hace 60 años. También son divisables numerosos carteles con fotos de mártires, muchos de ellos víctimas inocentes de bombardeos y disparos nada selectivos, que dejan sus huellas en las paredes de casas o que agujerean depósitos de agua.
Ni que decir tiene que los 15.000 habitantes de Askar o los casi 30.000 de Balata (en un kilómertro cuadrado), el mayor campo de toda Cisjorania, provenientes mayoritariamente de Yaffa y de Haifa después de largas y durísimas travesías por montañas, cuevas y desiertos hasta llegar a su destino hace ya décadas, hacen su vida con la mayor dignidad posible. Pero también es cierto que las afecciones psicológicas son notables por las especiales circunstancias en las que se encuentran, con todo lo que eso implica en la violencia intrafamiliar o en la resistencia ante la ocupación. Eso sí, se saben al dedillo las resoluciones de la ONU que obligan a Israel a dejarles volver a sus tierras, pero que nunca se cumplen.
La última noche en Nablús, después de una absolutamente desquiciada carrera de taxis, nos topamos con una enorme fiesta en un barrio céntrico de la ciudad. Alguien del ayuntamiento soltó su discurso desde el escenario, luego vinieron actuaciones musicales, seguidas con gran entusiasmo por el público. Sólo había unas pocas mujeres en los límites de aquella gran plaza. Todo lo demás eran hombres. Hacia la parte exterior nos dirigimos cuando el ambiente se caldeó con las mujeres de nuestro grupo que comenzaron a desviar la atención de decenas de jóvenes y precisó incluso de la actuación de un policía y de la bronca de nuestro guía y ya amigo A.
Aquí termina el viaje a Palestina. Queda por contar el día en los Altos del Golán y el regreso a Tel-Aviv, vía Haifa. Esta es una bella versión cantada por Amel Mathlouthi de "Nací en Alamo", interpretada por Remedios Silva en la BSO de "Vengo" de Toni Gatlif. Por poco pongo ésta de DAM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario