
Mientras mi madre me pide que le recuerde (busque) la definición de "oxímoron" y "pleonasmo" (dos palabras feas como ellas solas) para entender un artículo del periódico, tengo la pata nuevamente en alto, eso sí, teñida ahora en su extremo de naranja betadine.
De lo que realmente pretendía hablar en esta enredada entrada era del cartel que el presidente vitalicio (las ideas monárquicas traspasan todas las capas de la sociedad) de la comunidad de vecinos de mi abuela ha colgado a la entrada de la misma. Me he acojonado al leerlo porque me ha parecido salir del folio un gran dedo acusador que se me metía en el ojo. Es la falta de sueño. Supongo.
Mi abuela, acertadamente, piensa que es un mensaje ofensivo para cualquier visitante, incluso para los mismos propietarios de los pisos del inmueble. Pero claro, ella pertenece al pueblo llano, a la larga lista de pensionistas octogenarios cuatrocientoseuristas que, en un bloque de esas características, poco tienen que decir. Ella no entiende que esos mensajes dignos de algún personajillo salido de El Padrino o de La Gürtel tienen su eficacia y que así, a las claras, nos entendemos todos mucho mejor. Yo hubiera añadido un retrato robot y un "se busca a este hijoputa" pero entiendo que la asertividad y la diplomacia han de tener su espacio de vez en cuando en las relaciones sociales, que luego improvisamos discursos cargados de visceralidad que no nos hacen ningún bien. Se lo digo yo.
El Betadine me ha hecho recordar a Mercromina:
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