Aunque intentes sortearlas, las procesiones de Semana Santa pueden soprenderte en el lugar menos esperado, como en esta calle de Tarifa donde, nada más llegar, me topé con una un tanto peculiar.
Luego, uno de los inolvidables pishas a los que conocí y que, al igual que yo, evitó encontrarse con el encuentro, se preguntaba si Jesucristo había pedido a alguien que lo llevaran a cuestas. Y que qué era eso de llorar viendo a dos muñecos de madera inclinarse.
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