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miércoles, 6 de agosto de 2008

Cinco horas con D. en el Trébol


El lunes venían desde Madrid 22 personas acogidas al programa de Jóvenes Cooperantes de la JCCM. Me tocó ir a recogerlos a la Aurora. Llegaban a las 15.45 pero, para amortizar los gastos del viaje en la camioneta de nuestro amigo W., partimos hacia Ciudad de Guatemala a eso de las 7 de la mañana y fuimos recogiendo y dejando a gente en Cocales, Santa Lucía, Patulul, etc...

Las camionetas (autobuses) interurbanos finalizan su recorrido en una zona de la capital conocida como El Trébol (según la USAC, el lugar más contaminado de Guatemala). Hasta allá llegamos en más o menos 3 horas. W., el chofer (con acentuación en la 'e') se dirigió a visitar a una su hija y me dejó con los dos ayudantes que le acompañaban en la buena gestión del viaje. Con ellos almorcé en un comedor cercano una picante sopa de pescado. D, el ayudante originario de Mazatenango, tenía mucha cuerda en el mecanismo de la conversación, que me costaba seguir a duras penas por la cantidad de localismos que usaba y lo rápido que lo hacía. Tras subrayar las cualidades de la sopa (¡Calidad de sopa, eh, calidad!) habló de lo grande que era Dios, escupiendo simultáneamente granos de arroz y palabras sobre la mesa. Luego se empeñaba en confundirme con un estadounidense. Le explica que no era así, pero no se acababa de convencer porque apreciaba en mí un cierto acento inglés que en absoluto tengo. Le hice un croquis visual sobre la ubicación de Guatemala, España y EEUU en el mapa. No había manera. Para él España seguía siendo una aldea de California.


Cuando terminamos de comer, tanto D. como el otro ayudante se hicieron los locos para que servidor pagara la comida. Imagino que no sólo influyó mi aspecto caucásico sino que el escapulario que llevo al cuello habitualmente dice algo así como cooperación. Para mucha gente, cooperación = proyectos = mucho pisto = mucho dinero. La cuenta ascendía a 50'50 Q. Cuando ví que me miraban sin intención alguna de rascarse el bolsillo, saqué un billete de 50 Q pero no encontraba una moneda adecuada. Uno de ellos le entregó una de 50 centavos al dueño del comedor y dijo mirándome "vos ponés 50 y yo otros 50, ja, ja, ja...", mostrando sus dientes plateados en la carcajada.

Después volvimos a la camioneta, que un lavador de carros estaba dejando muy brillosa. Mientras esto ocurría, D. y yo escuchábamos música latina a todo volumen y charlábamos en los asientos delanteros, y el otro ayudante iba y venía de una cantina con irregular frecuencia y creciente sonrisa. Se estaba dejando parte del dinero de los pasajes cobrados en guaro. D. se lo temía.

La conversación con D. transcurrió por diferentes etapas. Tras dar por imposible la explicación geopolítica pasamos a platicar acerca de los aviones (si daban comida, si tenían aire acondicionado, la capacidad...). Nunca había montado en uno y le parecían bonitos pero peligrosos. Yo le decía que lo eran mucho menos que las camionetas que él llevaba manejando, reparando, como cobrador o como ayudante desde los 12 años. A lo largo de la mañana mecionó su edad 4 ó 5 veces. En cada ocasión daba un dato diferente. Supe que tenía la misma que yo y no 1, 2, 3 ó 4 años más cuando me mostró su licencia de conducir. Su vida se limitaba al trabajo y a sus vicios. Se encontraba, me dijo, mal con Dios porque fumaba y tomaba y le había prometido dejarlo hacía años. De ir a prostíbulos de colegialas no se arrepentía. ¡Calidad eh, calidad!... Cuando tocó este tema se le iluminó la cara. Las mujeres de Atitlán le parecían hermosas pero las rechazaba por su costumbre de vestir el corte. Los de vestido típico, entre ellos sí pero con los demás no. Me contó que era viudo y tenía 3 hijos. Su mujer murió en el parto del pequeño de 6 años.


Me contó que a las maras se les pagaba un impuesto (bastante alto, por cierto) para que no asaltaran las camionetas y poder estar tranquilos en esa zona. Esos no se andan con chiquitas. Luego me animó a ir al mercado del Trébol, al que se llegaba a través de una pasarela enorme. ¡Calidad, eh, calidad de pasarela!. El mercado era enorme. Había ropa, calzado y multitud de accesorios muy baratos. D. preguntó por el precio de unas tenis en un puesto mientras la dependienta le limpiaba el trasero a su bebé. No tenía pisto para tanto. Al final compró una gomina para el pelo y unos calcetines blancos de Real Madrid Tetracampeones de Europa. Inmediatamente se los calzó junto a sus zapatos negros.

A las 15:00 habíamos quedado para salir hacia el aeropuerto. W., el conductor, apareció puntual, tras conseguir el permiso necesario para volver a casa sin necesidad de acceder a la extorsión de ningún policía de tráfico al no llevar la ruta pertinente. Estábamos todos allí preparados menos el otro ayudante que se encontraba bolo en alguna de las cantinas de la zona. Lo buscaron y lo abroncaron. A punto estuvieron de dejarlo allí con el dinero justo para el pasaje de vuelta, por supuesto, en otra camioneta. El reía y reía.

Nos marchamos al aeropuerto.

Fotos: Jóvenes cooperantes 2007

3 comentarios:

Luīze R. dijo...

¡calidad, eh, calidad de tus historias cooperativas!

y ¨cierto acento inglés¨

Cristián Guerra Campo dijo...

vos, pero a uno de ladino le da miedo con las mujeres alla de Atitlan!!! (hay preciosas)

ASR dijo...

iza, tú que me conoces imagino que te habrás partido de risa con eso delo "cierto acento inglés"..

chris, o sea que el corte y el güipil dan miedo a los ladinos... o la belleza según dices?