No recuerdo cuál fue la versión oficial, el caso es que el cuarto día dejamos el hotel que regentaba una familia palestina próximo al congreso de Al-Fatah, cuyo fin se retrasaba una y otra vez por la dificultad para llegar a acuerdos. Dormiríamos un par de jornadas en Beit Sahour, un pueblo próximo a Belén, en casas de familias cristianas (mayoría en esa zona). La bisabuela, los nietos, unas chicas belgas que realizaban estudios árabes e islámicos, incluso unas religiosas grecoortodoxas provenientes de Gaza. Todos compartíamos el espacio de una vivienda grande y humilde, en la que comíamos con Jorge, el agradable abuelo pluriempleado y ocupado en la preparación de la boda de uno de sus hijos que estudiaba en el extranjero. Con él comentábamos cuestiones familiares y gastronómicas. No dejaba de llamarnos la atención la similitud entre nuestros ingredientes y costumbres alimentarias y las de los árabes: aceitunas de aperitivio, pan, uvas para el postre, etc... Allí la que se hacía cargo de la pensión (incluso nos dio su tarjeta) era la abuela, una señora seria, trabajadora y generosa.
El quinto día visitamos Hebrón, con 180.000 habitantes árabes y menos de 1000 colonos judíos. Un lugar desolador, el casco viejo, donde el control absoluto de la segunda ciudad santa para los judíos se había impuesto sobre cualquier tipo de decencia política y humanismo. Para visitar la Tumba de los Patriarcas dividida entre una sinagoga y una mezquita que en realidad son el mismo edificio, tuvimos que pasar por 5 checkpoints. Nada raro en una ciudad que alberga nada menos que 101 puestos de control militares y 5 asentamientos rodeando la ciudad vieja, en gran parte abandonada por los árabes tras años de presiones, expulsiones y aislamientos. Tras 42 años de ocupación.
Estuvimos con el Comité de Reconstrucción, un organismo oficial financiado de manera mayoritaria por el Estado español, que intenta mantener viva esta parte de la ciudad restaurando colegios, casas de más de 800 años, plazas... No nos entrevistamos con ellos pero sí vimos a observadores internacionales, TIPH, establecidos en Hebrón desde que en 1994 Baruch Goldstein matara a 29 palestinos que rezaban en la Mezquita de Ibrahim.
La vida de los árabes en Hebrón, especialmente en el casco viejo, es complicada. El férreo control les impide poder ingresar gas, comida o muebles con normalidad. Hay una zona, la H1, controlada por la Autoridad Nacional Palestina y otra, la H2, cercana a los asentamientos y a los espacios religiosos, por Israel, donde además toda la actividad económica palestina ha muerto. Se pueden observar calles con antiguos comercios completamente desiertas. Fueron obligados a cerrarlos en el 97. Las puertas de todas esas antiguas tiendas están marcadas con la estrella de David.
A.E.R. desde la II Intifada tiene que aparcar el coche a 800 metros de su casa. Tiene un hija en Jerusalem y la ve una vez al año, si es que ella consigue esconderse en el maletero de algún coche y llegar hasta Hebrón sin ser descubierta por los militares israelíes. Le han llegado a ofrecer 40.000.000 $, según nos contaba, por su casa. Algunas viviendas de alrededor ya han sido vendidas por cantidades astronómicas, haciendo que la judeización del centro histórico de Hebrón siga un ritmo constante. Antes A.E.R. ganaba 200 € al día vendiendo artesanía y productos para el turismo. Ahora por esa calle sólo pasan colonos o turistas judíos que nunca le compran. Además sólo puede adquirir carne 2 ó 3 veces al año. Eso sí, tiene un amigo judío, chófer de estos autobuses antes mencionados que cada vez que puede le visita y acepta la invitación para tomar un té. La familia de A.E.R. acogió a judíos perseguidos por los árabes en 1929. Siendo musulmanes consideraron injusta aquella persecución y les dieron cama y comida durante 40 días. Él quiere la convivencia y no odia a los judíos. Insistía.
Sin duda, éste fue el día más duro psicológicamente para el grupo. La asfixiante presencia militar, la soledad de los pocos árabes resistentes en la ciudad vieja, los comercios cerrados y las calles desiertas cerca de colonias que cuentan con todos los servicios cubiertos y habitadas por colonos mucho más extremistas en el sentido religioso y político que, por ejemplo, en los asentamientos de Jerusalén Este. El ambiente era desolador.
A nuestro regreso a Beit Sahour nos encontramos con una manifestación de la OPGAI, red de organizaciones de jovenes sirios y palestinos contra la ocupación. Nos unimos a ella y al final charlamos durante un rato con uno de los coordinadores. Era el broche a unas jornadas de voluntariado en campos de trabajo con las que pretenden mantener la llama encendida de la resitencia ante la ocupación entre los jóvenes de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán.
2 comentarios:
Muy buenos tus relatos sobre el viaje. Indignado por la situación pero contento por leer una experiencia como esta de primera mano.
Salud.
gracias miquelet
Publicar un comentario