Nos decían con cierta sorna que la estación de autobuses de Belén es la más cara del mundo. Casi 60$ por aparcar. El flujo de turistas religiosos es constante. Llegan, ven la Basílica de la Natividad, la gruta donde a la Virgen se le cayó una gota de leche amamantando al niño y la roca se volvió blanca y algún que otro lugar sagrado. Después, por lo general, se vuelven por donde han venido: a Jerusalem donde recaen la mayor parte de los beneficios económicos.
No sólo está la ocupación israelí, nos contaban. También desde 1209 estamos sometidos en parte a la ocupación vaticana. La Basílica tiene su historia. Ya no sólo es que la compartan armenios, greco-ortodoxos y católicos, con sus correspondientes tensiones. También allí en 2002 sucedió uno de los hechos más trágicos de la ciudad donde nació Jesucristo hace más de 2000 años. Los impactos de bala del ejército israelí son claramente visibles en algunas zonas de la iglesia. Impactos del asedio al que se sometió a más de 40 palestinos refugiados allí durante más de un mes.
Visitamos el palacio-fortaleza de Herodes, un tipo de lo más chungo. Durante su reinado se introdujeron importantes avances técnicos: acueductos, cuevas… Pero eso no quita que según cuenta la historia fuera un personaje con pocos escrúpulos, como cuando en sus últimos días de vida ordenó matar a un hombre de cada familia. Para que sufrieran un poco acordándose de él.
Este segundo día en el que nos distanciamos un poco de la parte política del viaje también dio de sí para suculentas conversaciones con Nasser, nuestro magnífico guía. Los judíos también sufren esta situación. Por un lado se sienten inseguros. Quizás se puede decir que les inducen esta sensación para controlarles y mantener la política expansionista y racista del estado. Por otro lado el muro y las dificultades para comerciar con Palestina les están afectando económicamente. Yo tengo amigos judíos con los que antes trabajaba. Me mandaban clientes y yo a ellos. Y ahora nos es imposible. De hecho Nasser lleva desde hace 9 años sin poder acceder a Jerusalem, a tan sólo 8 Km de Belén, y donde antes trabajaba con relativa normalidad. Si queréis que os de mi opinión, yo apuesto por un Estado único y democrático, donde todos tengamos los mismos derechos. ¿Veis aquello? – preguntaba señalando un kibutz. Hay cientos de colonias por toda Cisjordania. ¿Cómo se va a echar a esa gente si finalmente se opta por la solución de los dos estados?. No se van a ir. Dios en el cielo y la tierra para todos –sostenía con contundencia y cierta emoción delatada por sus ojos.
Desde el monte artificial de Herodion se observaba la cercana y a la vez tan lejana Jerusalem. Allí hay una alta concentración de judíos ultraortodoxos que no pagan impuestos y que apenas hacen otra cosa que rezar. Jerusalem, la ciudad que reza por Israel, Tel-Aviv la ciudad que baila por Israel y Haifa, la ciudad que trabaja por Israel.
Ya por la noche vivimos de cerca un tiroteo que al final quedó en casi nada pero que nos aceleró el pulso y provocó insomnio. Un rifirrafe entre seguridad privada y servicios secretos hizo que la policía interviniera con una larga serie de disparos al aire. Están locos- me decía la dueña del hotel que se preocupó en todo momento por tranquilizar a los que poco acostumbrados estamos a los tiros- están locos. Tanta concentración de tipos armados por el dichoso congreso de Al-Fatah acabó por combustionar. Allí se estaban eligiendo cargos de diferentes comités, decidiendo las relaciones con Hamas en la franja de Gaza y elucubrando sobre el asesinato de Arafat.
Carteles del congreso de Al-Fatah
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