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miércoles, 5 de mayo de 2010

May Day

Castello


Hace escasos días pisé por primera vez Italia, invitado por mi compañero de piso. En el avión, solo (más bien acompañado por una pareja de alemanes que me impedía cualquier tipo de comunicación más allá de la no verbal), me iba sintiendo paulatinamente identificado con el portero de la finca de El Estatus. Aún no sé cómo termina y espero que no me deje mal... El caso es que, una vez en tierra, desde Bérgamo nos dirigimos a Milán, la citá de la moda, del coche como único medio de transporte accesible, de los ríos increíblemente contaminados y, evidentemente, también una excelente muestra del poderío económico de Berlusconi (y cuatro colegas) por lo que me iban contando mis anfitriones. Mira, eso es de Berlusconi. Y esas antenas. Y ese centro comercial. Y eso también. Y eso. Y eso.

El día siguiente era 1 de mayo. Día del trabajo. A la mani tradicional no llegamos, pero sí a la fiesta-protesta alternativa conocida como May-Day. Allí las reivindicaciones políticas eran residuales: algún que otro centro social animaba el cotarro. Se trataba más bien de una Love Parade extrema con todo tipo de sustancias al alcance de cualquier joven y música que me hacía sentir realmente viejo al escuchar. Los descamisados chavales, convulsionados por el ritmo simple y potente del cyberpunk y otros estilos difíciles de distinguir, se aproximaban hasta tocar con sus orejas, ojos y narices los enorme bafles dispuestos en camiones, dispuestos a su vez por empresas que, bien seguro, recaudaron suculentos beneficios.


No se trata de un balance negativo. Son apuntes de qué provocó mi asombro. El Duomo, la Galería, la vida en la calle, la cercanía de la gente, la aparente conciencia (al menos) antiberlusconiana de la inmensa mayoría de las personas con que me topé... también cuentan. Y mejor me quedo con eso.

Lectura recomendada: El capitalismo, un modelo cultural.

San Precario

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