Tres semanas sin conectar el skype. Hoy me da por ponerlo, esperando encontrar a alguno de mis escasos contactos y ¡zas! aparece B, uno de los maestros con los que colaboré en Atitlán. Desde que B. creó su cuenta no había tenido oportunidad de darle uso y ha sido un estreno de lo más exitoso y agradable, al menos para mí.
Lo que hablábamos, lo que platicábamos flotaba en el aire del salón mientras mis padres se ocupaban de algunas de sus tareas profesionales y/o domésticas. Esa conversación cordial, tranquila, amistosa iba provocando sobresaltos en la aparente serenidad de mis progenitores. Al menos en dos ocasiones. Cuando B. ha contado que han vuelto a aparecer mantas* con nombres de personas conocidas y cuando ha comentado que a partir del próximo año el gobierno se va a hacer cargo de las facturas de luz, agua y teléfono de las escuelas. Hasta ahora las pagaban el claustro de maestros y los padres de alumnos.
Mi madre, que ha estado empapándose hasta el final de la charla mientras corregía los cuadernos de los futuros protagonistas de nuestro (cada vez más virtual y usurero) mundo, ha recibido indirectamente una dosis de realidad de la que aún no se ha recuperado. No es lo mismo leer en la prensa (si es que no nos las saltamos) las noticias que emanan violencia e injusticias a espuertas, revestidas de frías cifras, que escucharlas con sosiego, naturalidad y acento autóctono. En esta circunstancia nos atraviesan más capas de la conciencia que viendo El jardinero fiel (mañana a las 22.00 en la 1).
Me parece ésta una buena manera de retomar la costumbre de compartir nuestras reflexiones y experiencias en esta libreta pública. No sé cuál ha sido exactamente la razón que me ha mantenido alejado de los kbps y los feeds estas últimas semanas. Me vienen a la cabeza múltiples excusas pero no creo que sea ninguna la buena, como quizás tampoco eran buenas las varias y variadas ideas que estos días me tentaban a publicar algo: Desde el inexplicable precio de los aguacates en España o de las patatas en Guatemala a la experiencia de haber tenido que pasar por el aro y hacer bueno el lema de consume hasta morir cuando en mi última visita a la óptica salí con dos pares de gafas y dejé unas con la montura rotas cuyo arreglo suponía más coste que ir con dos nuevos modelitos. Lo bueno de esto es que ahora de vez en cuando me podré camuflar o quién sabe si convertir en gafapasta y explorar nuevas sensaciones. Gafapastas will conquer the world!.
Evidentemente, a poco del regreso, los contrastes son muchos, pero no sólo en el ámbito de lo material, sino que también produce extrañeza (de parecer extraño y de extrañar, arriesgándome a que algún o alguna purista del lenguaje me saque tarjeta amarilla) todo lo relacionado con las relaciones personales, el tono de voz, los protocolos de las reuniones o los simples saludos.
En la bonita cárcel con pádel y piscina en la que habito este año hay niños que corretean por las tardes y algunos saludan cuando uno pasa junto a ellos. Esto último me sorprende para bien porque venía con el prejuicio cargado de que aquí se habían perdido todos los valores de buena vecindad. Eso sí, pobres criaturas que viven en un micromundo virtual protegidas y a su vez aisladas del común de los mortales. Aunque, como hemos debatido ya en los últimos días, al menos, tienen la posibilidad de gastar sus energías y desarrollar su imaginación al margen del sofá, la televisión y la videoconsola, como ocurre con los niños de ciudad. De ciudades o de pueblos pensados más para los coches que para las personas. Volviendo al tema, no me acostumbro a los holas a secas y no buenos días, a los vengas y no que le vaya bien, pero aún así no está la cosa tan mal como para considerar la deriva hacia el individualismo como algo irreversible, pese a las campañas de Ikea que nos venden lo contrario.
* Amenazas contra la vida de personas escritas en sábanas y que, en muchos de los casos, si el afectado no pone tierra de por medio, se cumplen.
Lo que hablábamos, lo que platicábamos flotaba en el aire del salón mientras mis padres se ocupaban de algunas de sus tareas profesionales y/o domésticas. Esa conversación cordial, tranquila, amistosa iba provocando sobresaltos en la aparente serenidad de mis progenitores. Al menos en dos ocasiones. Cuando B. ha contado que han vuelto a aparecer mantas* con nombres de personas conocidas y cuando ha comentado que a partir del próximo año el gobierno se va a hacer cargo de las facturas de luz, agua y teléfono de las escuelas. Hasta ahora las pagaban el claustro de maestros y los padres de alumnos.
Mi madre, que ha estado empapándose hasta el final de la charla mientras corregía los cuadernos de los futuros protagonistas de nuestro (cada vez más virtual y usurero) mundo, ha recibido indirectamente una dosis de realidad de la que aún no se ha recuperado. No es lo mismo leer en la prensa (si es que no nos las saltamos) las noticias que emanan violencia e injusticias a espuertas, revestidas de frías cifras, que escucharlas con sosiego, naturalidad y acento autóctono. En esta circunstancia nos atraviesan más capas de la conciencia que viendo El jardinero fiel (mañana a las 22.00 en la 1).
Me parece ésta una buena manera de retomar la costumbre de compartir nuestras reflexiones y experiencias en esta libreta pública. No sé cuál ha sido exactamente la razón que me ha mantenido alejado de los kbps y los feeds estas últimas semanas. Me vienen a la cabeza múltiples excusas pero no creo que sea ninguna la buena, como quizás tampoco eran buenas las varias y variadas ideas que estos días me tentaban a publicar algo: Desde el inexplicable precio de los aguacates en España o de las patatas en Guatemala a la experiencia de haber tenido que pasar por el aro y hacer bueno el lema de consume hasta morir cuando en mi última visita a la óptica salí con dos pares de gafas y dejé unas con la montura rotas cuyo arreglo suponía más coste que ir con dos nuevos modelitos. Lo bueno de esto es que ahora de vez en cuando me podré camuflar o quién sabe si convertir en gafapasta y explorar nuevas sensaciones. Gafapastas will conquer the world!.
Evidentemente, a poco del regreso, los contrastes son muchos, pero no sólo en el ámbito de lo material, sino que también produce extrañeza (de parecer extraño y de extrañar, arriesgándome a que algún o alguna purista del lenguaje me saque tarjeta amarilla) todo lo relacionado con las relaciones personales, el tono de voz, los protocolos de las reuniones o los simples saludos.
En la bonita cárcel con pádel y piscina en la que habito este año hay niños que corretean por las tardes y algunos saludan cuando uno pasa junto a ellos. Esto último me sorprende para bien porque venía con el prejuicio cargado de que aquí se habían perdido todos los valores de buena vecindad. Eso sí, pobres criaturas que viven en un micromundo virtual protegidas y a su vez aisladas del común de los mortales. Aunque, como hemos debatido ya en los últimos días, al menos, tienen la posibilidad de gastar sus energías y desarrollar su imaginación al margen del sofá, la televisión y la videoconsola, como ocurre con los niños de ciudad. De ciudades o de pueblos pensados más para los coches que para las personas. Volviendo al tema, no me acostumbro a los holas a secas y no buenos días, a los vengas y no que le vaya bien, pero aún así no está la cosa tan mal como para considerar la deriva hacia el individualismo como algo irreversible, pese a las campañas de Ikea que nos venden lo contrario.
* Amenazas contra la vida de personas escritas en sábanas y que, en muchos de los casos, si el afectado no pone tierra de por medio, se cumplen.
7 comentarios:
Ya empezaba a pensar que habías dejado el blog. Me alegro de leer tus siempre acertadas reflexiones.
Bienvenido de nuevo. Te echábamos de menos por aquí. Debe ser duro eso de cambiar de mentalidad cada cierto tiempo.
Y no te olvides de recoger un premio que te dejé en mi blog hace unos días. Está en el post del 9 de octubre.
Salud.
Indudablemente, hay fórmulas de saludo que se han quedado desfasadas, como el "vaya usted con Dios", "servidor de usted", etc. Es verdad que se ha perdido el formulismo y existe una tendencia generalizada al tuteo que, en el intercambio conversacional, hace que el saludo se acerque al compadreo o al colegueo. El "hola", indistintamente de que el saludo se produzca entre generaciones distintas, puede ser buen ejemplo de ello. En cualquier caso, mejor es un "hola" que la indiferencia. Saludos.
Me tomo la licencia de ser una de esas puristas (porque tengo un título que lo acredita) que te diga: no temas, has utilizado sublime y correctamente el verbo "extrañar".
Deseando estoy leer sobre tu incursión en el mundo de los gafaspasta.
Bienvenido de nuevo, te estábamos esperando!
altermundistas, se agradece. No lo pienso dejar por el momento. Sin premeditación me ha venido una época floja en ideas que me parezcan medianamente interesantes. Todo pasará.
miquelet, gracia por la bienvenida y el premio. Es relativamente duro pero al final y al cabo somos seres primermundistas que volvemos a nuestro hábitat natural (?)
migramundo, está claro que mejor "hola" que girar la cabeza al cruzarte con un vecino pero, aunque no es que yo lo haya puesto anteriormente mucho en práctica, se echa de menos el pararte con toda la tranquilidad del mundo a conversar y como diría mi amigo Willy a saludar a la gente como se merece.
nata, lo que pasa es que en eso de las gafas soy un tanto conservador y no me he atrevido hasta ahora (salvo el primer día) a ponerme las de pasta. Y, desde luego no voy a estar cambiando de gafas en función del color de los calcetines, así que ahí están aparcadas. Un besillo.
Hola Agnóstico apático:
Por lo general dejo mi huella allá por donde paso en el ciberespacio y he estado disfrutando de tus reflexiones y me han parecido atinadas e interesantes. Un abrazo:
Tadeo
JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA, gracias por tu comentario. Espero tener pronto un poco más de tiempo para pasarme por tus blogs con tranquilidad.
Saludos y gracias.
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