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lunes, 11 de agosto de 2008

Imágenes y leyenda de Tolimán, San Pedro, Atitlán y Cerro de Oro

Prometo que no hice nada especial. Íbamos a tomar la barca de Panajachel y las nubes se conjuntaron de esta manera, el agua del lago brillaba así y los volcanes hacían por tocarse mediante un efecto óptico. No les dije que posaran para la foto. Los pillé de improviso con la mejor de sus caras. Primero juntos y luego por separado.

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Volcán Tolimán y Cerro de Oro

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Volcán San Pedro

En tierras muy lejanas vivía una princesa indígena llamada Ixim, hija del Cacique Tolimán. La princesa era hermosa, muy hermosa. Con la piel del color de los jarritos nuevos y los ojos de paisaje montaraz. Pertenecía también a la tribu del Cacique Tolimán, Pedro el artesano. Joven callado, sumiso y muy hábil en su oficio. Desde siempre, Pedro amó a la princesa pero…¡Ay! Su rango no le permitía expresar sus sentimientos a la joven. Ella también lo amaba en el silencio de su alma pura. Un buen día, de las puertas de la selva llegó un príncipe muy orgulloso. Cazaba corazones como venaditos indefensos. ¡Ver la princesa y enamorarse de ella! Sin tardanza y en la noche furtiva se llevó la flor del pueblo de Tolimán. La asustada muchacha sólo logró llevar consigo a su pequeño perro.

Corriendo por montes y valles sin que nadie los detuviera los perseguidores ya cansados regresaron al hogar. Sólo Pedro el artesano siguió la búsqueda. El cazador y su bella presa se detuvieron a descansar en un valle profundo. Hondo como guacal de jícara. La princesa se recostó sobre la grama fresca y verde. El príncipe se sentó a su vera y se durmió de inmediato. La princesa pensó en sus padres, en su pueblo y en su amado Pedro, el artesano de corazón tranquilo y bondadoso. Lloró en silencio. Callada, tragándose con las lágrimas su amor y su pena.

Del morral del gran cazador cayó filoso cuchillo, la princesa lo tomó y con él se dio mortal puñalada, dejando en su pecho una gran herida redonda. Como brocal de pozo. Redonda como cráter de volcán. El último suspiro se convirtió en flor que el viento se llevó hasta los pies de Pedro.

El artesano Pedro supo entonces donde estaba su amada. Llegó al lugar pero se quedó lejos del cuerpo inerte de la Diosa adorada. ¡Pobre Pedro! Muy afligido lloró y lloró, hasta llenar el valle profundo con su llanto. Se llenó, hasta llenó el valle profundo. Hondo como guacal de jícara y lleno de las sinceras lágrimas de Pedro. En todo el valle se formó un hermoso y transparente lago. Tanto lloró que la vida se le fue en dos chorritos. Poco a poco.

Llegó la noche y del agua surgió la niebla con vientos poderosos. El ruido del viento y del agua despertaron al príncipe cazador. Se dio cuenta de lo que pasaba. Montó en cólera. Le dolía su orgullo de varón. Su prenda se le fue.

Tomó su puñal y descargó fiero golpe al pequeño can que quedó, como en vida, a los pies de su ama. Se sentó el cazador junto a la cabeza de la princesa y pensó en su orgullo herido. Pensó tanto que el corazón se le convirtió en piedra, luego sus brazos y por último todo él. Corrió la noticia por todos los pueblos de la tierra y de ellos vinieron a ver el lago. Lago...... lágrimas de Pedro, el Pedro convertido en manso volcán. En la orilla opuesta estaba el pequeño perro, que se quedó como en vida, a los pies de la princesa. La que tenía una herida en el pecho. Herida redonda como cráter de volcán. Y cerca de su cabeza, el rugiente y orgulloso cazador.

Las gentes que vinieron a verlos, acamparon al rededor del agua y ya nunca pensaron en regresar a su tierra pues fueron embrujados por la niebla del lago que, según cuentan los ancianos, son las almas de la princesa y de Pedro el artesano que tratan de tapar lágrimas para calmar la furia del explosivo cazador.
Leyenda: Roberto Morales Contreras

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