Largando sobre China (I)

De regreso de mi viaje a la sucia ciudad de Shanghai, tengo muchas cosas que decir, pero solo una la define en toda su grandeza: estrés.

Casi me muero de un exceso de adrenalina la primera vez que me subí en un taxi, es como subirse al Dragon Kahn (¿el portero del Bayern?) pero sin seguro. Aunque en el suelo haya cuatro carriles pintados, a ellos se la trae muy al fresco y utilizan la carretera como si hubiera seis.

El regateo a la hora de comprar agota al más pintado. Aún recuerdo sobrecogido y espeluznado cuando mi compañero de trabajo (un serbio) y yo nos introdujimos por unos arrabales que daban pena verlos porque el muy pijo de él quería comprarle a su chiquilla una maleta de Prudencio Botijero, o de alguien con un nombre igual de estúpido pero que le da mucho caché a la maleta, por lo visto, aunque en este caso más falso que un billete de 75€. La imitación era buenísima, creo, te daban certificado y todo, pero yo me quedé curado de espanto para toda la vida.

Los supermercados son muy graciosos. Se pueden comprar sapos y tortugas vivas por si te apetece hacer una barbacoa. También puedes comprar anguilas y otros bichos cuyo nombre no quiero acordarme (vamos, que no me acuerdo). Esta foto está tomada en el Carrefour:

El idioma regular. Yo hablo inglés más o menos bien, pero mi mandarín deja mucho que desear. Ellos hablan un perfecto mandarín, pero su inglés deja mucho que desear. Esto hace la comunicación difícil. Desde aquí les agradezco el esfuerzo de hablarme en chino más despacito y más alto, pero no servía para mucho. Las hojas de papel y los aspavientos con los brazos fueron mucho más útiles.

Continuará…