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miércoles, 24 de septiembre de 2008

Fincas y alemanes

Estamos sin luz. Llevamos unos días que se va y se viene sin causa conocida. Lo malo ha sido que una subida de tensión continuada ha acabado con algún que otro aparato electrónico y eléctrico de utilidad. Escribo con el último aliento de la batería de un portátil que ya me está avisando de que sea breve. En estas circunstancias, a las que la gente, sobre todo de las zonas rurales, está más que acostumbrada, me acuerdo de lo que me contaba ayer B. sobre las fincas de la Costa.

Es conocido que Guatemala es uno de los países con un reparto de las tierras más injusto a lo largo de la historia y aún en la actualidad (El 72 % de la tierra cultivable continúa en manos de tan sólo un 3% de grandes ricos, empresarios y terratenientes, según el CUC). Un buen documento al respecto es la obra de Filochofo ¡Tierra, tierra, tierra...! Clamor, lucha y resistencia campesina. Muchas de las grandes extensiones en las que se cultiva café, azúcar o macadamia, por ejemplo, han sido y son propiedad de alemanes. Se instalaron principalmente en Alta y Baja Verapaz donde, con el crecimiento de la colonia requirieron de una gama de servicios; llegaron a tener club, colegio, cementerio y hasta un ferrocarril alemán.

Llegaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX en busca de tierras fértiles para el cultivo del café, siendo beneficiados por las leyes, incluso por encima de los guatemaltecos, hasta la II Guerra Mundial, donde un gobierno, el de Ubico, simpatizante de los nazis, tuvo que expropiar a los terratenientes alemanes por las presiones de EEUU.
En ¿Pioneros del desarrollo? se señala que a mediados de la década de 1930 todos los alemanes que vivían en Guatemala eran nazis. No existió finca alemana en que la bandera nazi no ocupara un sitial de honor, ni finquero alemán que no participara en reuniones locales organizadas por los nazis. (revista D fondo)
B. se crió en una de estas fincas en las que el suministro de luz comenzaba a las 4 de la tarde y terminaba a las 10 de la noche. El salario era el mínimo, aunque luego a los jornaleros se les entregara algo de maíz. En las escuelas había tan sólo un maestro que daba clases a todas las edades y grados a la vez en condiciones pésimas, práctica vigente en la actualidad en las grandes extensiones de cultivo privadas del país.

Los dueños no solían vivir en ellas. Tenían, eso sí, una majestuosa casa a la que conocían como patronal. En la época del conflicto armado, muchas ardieron. También mataron a unos cuantos administradores.

B. dice que la vida en las fincas, aunque dura, era alegre. Uno se podía ir a los ríos, a coger fruta de los árboles, pasear por los descuidados senderos y disfrutar de la naturaleza. Era lo bueno que les quedaba a cambio de vivir aislados y sometidos a un régimen casi (o sin el casi) feudal: muchas de estas fincas tenían su propia moneda.

Fuente:
Revista D fondo
Comité de Unidad Campesina


Imágenes:

F&G Editores
El jinete insomne

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